Tengo una amiga que vende antigüedades, de todo lo que
uno se pueda imaginar…desde copas de hermosos cristales sueltas, de juegos
completos o inconclusos, Vaya a saber de quién, sillas, vienesas, inglesas
y otras, pinturas, vajilla, jarrones, platería etc. etc. Todas las piezas,
tienen el paso de los años reflejado en su aspecto aviejado.
Lo que hay en casi todo lo que tiene a la venta es una
historia detrás, ya que son cosas que sus dueños venden, algunos porque están
cortos de dinero y otros se deshacen de los tesoros de la abuela para renovarse
y adquirir objetos más modernos.
A mí me encanta ir y chismear, como yo le digo a Dorita, mi
amiga y ver y tocar todo. Como lo tiene a todo amontonado en un lugar pequeño,
algunas cosas en vitrinas, las más valiosas y otras simplemente en cualquier
lado. Esto de hurgar entre las cosas es una costumbre de mi infancia, cuando me
metía en el ropero de mi madre para ver que tenia y que no, por supuesto cuando
ella no estaba. Hoy, según un amigo muy gracioso, lo he sublimado con la
profesión.
El otro día, me abalancé sobre un hermoso mantel de hilo
crudo, todo bordado en gris, pensando resolver con muchos meses de anticipación
la mesa de Navidad de este año.
Pero al momento, me dieron un precio tan exorbitante, que se
podía comparar con el tamaño de mi posterior desilusión.
Entonces, me di cuenta, que cada cosa que había allí expuesta, fue testigo de alguna
historia, y ese era su valor agregado. El afecto prendido a nuestras
pertenencias. Tenemos vínculos con las cosas también, tienen nuestra energía,
fueron parte de nuestras vidas. Y así lo tomo ahora cuando indefectiblemente
llevo algo que me gustó mucho del
negocio de mi amiga, a un estante privilegiado de mi casa.
Para consultas online o psicoterapia por internet escribir a lickovac@gmail.com.